¡Dios mío! ¡Somos inocentes!*
María Laura Fernández Soto (Teóloga)
¡Qué maravilla que Dios nos haya creado con humor! ¡Y qué estupendo que, como afirma Umberto Eco, aunque el arte de la risa “nos muestre las cosas distintas de lo que son, como si mintiese, de hecho nos obliga a mirarlas mejor”! (Eco, 2005, p. 675). Eso es exactamente lo que de modo muy fino suscita Raíz Teatro con su obra “La Prudencia” (escrita por Claudio Gotbeter y dirigida por Cristina Barboza): desfigura la realidad para hacernos reír a más no poder pero, al mismo tiempo, nos deja pensando si lo que vimos en escena es efectivamente desfiguración o más bien un fiel reflejo de lo que vivimos en nuestro mundo actual. O quizá sea más acertado decir que realmente nos empuja a dudar si las reacciones de los personajes reflejan las actitudes que muchas veces nosotros mismos tomamos frente a los acontecimientos que presenciamos cada día en nuestra sociedad.
¿Será sólo que “el mundo está terrible” (Gotbeter, 2011, p. 23) y que “la gente está peligrosísima” (Gotbeter, 2011, p. 7) como asegura Margarita? ¿O será que además, aunque digamos cosas muy bonitas, nosotros mismos estamos perdiendo poco a poco la capacidad de indignarnos y reaccionar en contra de la injusticia? Tal vez por eso nos resulta tan llamativa la desconexión total entre el discurso de los personajes y sus acciones. La misma Margarita que critica a la gente que “roba y mata como si se tratase de comer galletitas” (Gotbeter, 2011, p. 7) es la que unos minutos después se lanza salvajemente a cometer un crimen atroz. La misma Trinidad que dice odiar la violencia es la que luego grita desesperada para que la dejen ser también partícipe en la brutalidad. Y, mientras tanto, el público no hace más que reír (de hecho, curiosamente, esa es una de las partes que más risa suelen provocar). ¿Será que en ese instante la sabiduría de la risa nos hace descubrir que también nosotros padecemos la gravísima enfermedad de disociación entre lo que decimos y lo que hacemos? Tal vez, al igual que las mujeres de la obra, nosotros a veces preferimos pasar la vida festejando en lugar de distraernos con “cualquier estupidez” (Gotbeter, 2011, p. 23); eso sí que es una tragedia, porque terminamos relativizando el sufrimiento de otros y nos hacemos ciegos frente a nuestras propias decisiones.
En ese sentido, esta producción teatral también suscita una profunda reflexión acerca de la forma en que entramos en relación con otros. Es lamentable que las palabras de Nina se hayan convertido ya en una especie de modus vivendipara nuestra sociedad: “si me siento amenazada por alguien, yo tampoco dudaría en defenderme” (Gotbeter, 2011, p. 11). Lo complicado es que todos nos sentimos amenazados de una u otra forma y, aun cuando esa amenaza ni siquiera exista, manipulamos lo que esté a nuestro alcance para inventar peligros con el fin de justificar (y si es por medios legales todavía mejor) nuestra violencia contra los que son diferentes de nosotros. Hace unos días, por ejemplo, me dolió mucho ver en las redes sociales un álbum de fotos con imágenes de las monstruosidades que está perpetrando el grupo ISIS; las imágenes eran terribles, claro, pero también me pareció terrible el desventurado título que llevaba el álbum: “Esto es lo que hace el Islam en el mundo”. Ese tipo de generalizaciones son precisamente las que rápidamente nos ciegan y nos convierten en enemigos unos de otros. Así como en ese caso se identifica automáticamente a un grupo radical específico con todos los practicantes de una religión tan sublime (que tanto valora el amor y la paz), así también terminamos tachando arbitrariamente a muchos otros sectores de nuestra sociedad. Poco importa para algunos cuán alejado está el grupo ISIS de los más altos principios del Islam; simplemente prefieren aprovechar cualquier oportunidad de crear consenso en contra de lo diferente para deslegitimarlo.
En nuestros países latinoamericanos la violencia también se ha convertido en pan de todos los días. A veces pareciera que, como Margarita, ya ni nos impacta escuchar noticias de asesinatos y descuartizamientos. Lastimosamente, eso también afecta la manera en que juzgamos a las otras personas y nos relacionamos con ellas. Estando así las cosas, ¿cómo sanar entonces esa sensación de amenaza perpetua que pareciera tener poder para dominar nuestras vidas? Siguiendo a Luigi Schiavo, yo diría que esa situación no cambiará hasta que nos atrevamos a entender que “no debemos sentir miedo del otro, ni amenaza, puesto que el otro representa nuestra posibilidad de transformación” (Schiavo, 2012, p. 264). Tal vez tenga razón Trinidad en advertir que “cualquiera que abre una puerta está arriesgando su vida” (Gotbeter, 2011, p. 9), pero precisamente por el hecho de que encontrarse con lo diferente inevitablemente nos hará cuestionar nuestros modos de ser, pensar y actuar. Lo que pasa es que a veces no estamos tan dispuestos a dejar que eso suceda.
Después de todo, tal vez no son tan ciertas las palabras de Margarita que hemos escogido como título (*Gotbeter, 2011, p. 21). Tal vez no somos tan inocentes. No somos inocentes cuando pretendemos que Dios o la ley están de nuestro lado con el único fin de entronizar nuestros puntos de vista, justificar nuestros atropellos a la dignidad de las personas y satisfacer nuestros intereses egoístas. No somos inocentes cuando caminamos indiferentes al lado de las víctimas de la violencia y actuamos como si nada estuviera pasando con tal de no incomodarnos o no empañar nuestra alegría. Quizás lo que nos falta es más bien un poco de inocencia, no para sentirnos libres de culpa sino para construir relaciones libres de prejuicios o pretensiones. Tampoco se trata de exaltar la ingenuidad y pretender que nuestras ciudades son tranquilos remansos de paz, pero tal vez más que prudencia lo que en realidad necesitamos es valentía. Necesitamos valentía para denunciar la injusticia cuando realmente existe y luchar contra ella en la medida de nuestras posibilidades. Pero también necesitamos valentía para aceptarnos con nuestras propias contradicciones y entrar en relación con otros teniendo la disposición de dejarnos sorprender por la bondad que de todas formas reside en el corazón humano.
Referencias Bibliográficas
Eco, U. (2005). El nombre de la rosa. (5ta ed.). Barcelona: Debolsillo.
Gotbeter, C. (2011). La prudencia. En Dramática Latinoamericana #366. (Versión tomada de http://www.celcit.org.ar)
Schiavo, L. (2012). La invención del diablo cuando el otro es problema. San José: Editorial Lara.