Desde sus comienzos en la antigua Grecia, el teatro tuvo que ver con la vida, con lo que la gente hace, con lo que la gente ama y odia, con lo que la gente sueña y piensa; desde sus mismas raíces históricas, el teatro ha sido espacio de utopía y, a la vez, del realismo más crudo; espacio para deconstruir mundos dados-impuestos y construir mundo nuevos-soñados; espacio para dar rienda a lo transgresor, a lo irónico, a lo fino, a lo simplemente humano. En este sentido, por su intención comunicativa, crítica, educativa, investigativa, creativa y propositiva el teatro es un verdadero espejo del mundo: del que tenemos, del que tuvimos, del que proyectamos. La gestualidad, la voz, la luz, el maquillaje, la escenografía, el texto, la simbiosis que se entabla entre el actor y el espectador, entre la puesta en escena y la cotidianidad ordinaria, todo esto vuelve hoy –en medio de sociedades líquidas que se decantan casi exclusivamente por los contactos virtuales– urgente al teatro.
Yo crecí en una zona rural de Cartago, en donde ni siquiera el cine era accesible; del teatro conocíamos solo lo poco que en secundaria recibíamos, limitado al análisis literario de alguna obra dramatúrgica, no más; nunca se nos motivó a consumir teatro, a considerarlo importante, a entenderlo. Fue ya en la Orden Franciscana que me acerqué al mundo del teatro y empecé a conocerlo, a valorarlo y a aprovecharlo. Me fascinó. Lo descubrí muy humano, libre, espontáneo, sincero, comprometido, político y –cosa nueva para mí– profesional y educativo. Me impactó la seriedad, la disciplina, la cantidad de trabajo y los sacrificios varios que preceden una puesta en escena.
Desde entonces, la estética y ética teatral me tocan por dentro: la capacidad de los actores y actrices para transmitir un contenido cultural de manera tan creíble, tan limpia, tan a flor de piel. Me he convencido a mí mismo de que existe, sin duda, un nexo estrecho entre teatro y cambio social, teatro y pensamiento crítico; por lo mismo, resulta una gran pérdida que se continúe ignorando la riquísima herramienta que ese representa para una buena educación, para una educación integral, que represente una alternativa a la educación rígida, de masa y de adoctrinamiento. Debe impulsarse el teatro como herramienta de contacto con la cultura, con la propia corporalidad y con las ajenas, como vía canalizadora de la agresividad, de la timidez, de la cerrazón de alma y mente, de la autocensura. El teatro, con su tremenda fuerza pedagógica para los sentidos, para el espíritu, para el individuo y para los grupos sociales, constituye un medio comunicativo que es no solo eficaz, sino insustituible en su función de ensanchar horizontes mentales y desmitificar preconceptos fosilizados.
El teatro como ocasión privilegiada para entrar en contacto con un texto literario, con una propuesta dramatúrgica, con una interpretación nueva de una obra ya conocida; el teatro, en su dimensión polivalente, multimedial, polifacética… lo vuelven una necesidad que va muchísimo más allá de un espacio de entretenimiento: el trabajo teatral es arte fino que, por una parte, toca el espíritu humano y, por otra, se convierte en un reclamo a la conciencia: a la individual y a la colectiva.
Fray Marcos Quesada. OFMConventual