Durante varios días he estado pensando en qué escribir para responder ¿Por qué hago teatro?
Me siento frente a la computadora (bueno, realmente me acuesto en el sillón y la pongo en mi regazo), pongo musiquita en Youtube, cierro los ojos y suspiro. Comienzo a hacer un recuento de los daños. ¿Qué tan atrás en mi vida tengo que ir para explicarles por qué estoy haciendo esto? Comienzo a escribir sobre cuando tenía 5 años y mi mamá me llevaba al teatro Giratablas a ver a Juan Cuentacuentos o a ver Crimen, Shampú y Tijeras al teatro El Ángel (cuando existía en Cuesta de Moras). Sigo, y explico que el teatro siempre me había gustado, que como público amo la magia y la capacidad de ser movida por lo que veo.
Luego me pregunto ¿Por eso hago teatro? Entonces borro y comienzo de cero con la siguiente historia:
En mi último año de colegio vi una obra del teatro La Polea llamada Flora y me conmovió enormemente, tuve después la oportunidad de hablar con Cesar Meléndez y le pregunté a él por qué hacía teatro y no otro arte (en ese momento yo hacía danza contemporánea en un programa libre en la UNA), entonces me respondió: “Porque en el escenario puedo bailar, jugar, cantar, llorar, reír… El teatro me permite hacer todas esas cosas”. Esa conversación me marcó profundamente, algo en mí se había movido, pero aún no lo sabía.
Veo lo que acabo de escribir, lo reviso. No sé en dónde voy a poner esa historia, pero la dejo ahí para después, puede que logre calzarla con otra cosa que escriba.
Mantengo una conversación conmigo misma:
– ¿Por qué hago teatro?
– Porque me apasiona, porque siempre que he estado mal el teatro me rescata.
– ¿Me rescata? ¿Cómo? ¡Puede que acá encuentre una razón!
El primer año de Universidad me cambió la vida, comencé a experimentar mucha libertad para hacer cosas, tenía muchas ganas de comerme al mundo y entre esas cosas, comencé a salir con una persona de la que me había enamorado profundamente, pero no le agradaba que yo hiciera, dijera, pensara muchas cosas. La inevitable ruptura me dejó en un coma emocional. Para el segundo semestre de la universidad decidí matricular taller de teatro y les juro que fue una bocanada de aire fresco. El arte ayuda a sanar. El teatro es una oportunidad para trabajar sobre una misma y crecer.
El curso terminó y yo seguí en Antropología. Hasta que en otra crisis (esta vez académica) recordé lo feliz que había sido en el teatro. Esto me llevó a buscar a mi profesor y comenzar a ser asistente de su taller. Ahí descubrí que yo también podía acompañar a otras personas a sanar, a crecer, a descubrir cosas de sí mismas que por otras razones “tenían bloqueadas”. Poco a poco, mis intereses antropológicos comenzaron a teñirse con arte, cuerpo, emociones, rituales y performance. Hasta que decidí en el 2017 entrar a la Escuela de Artes Dramáticas.
El teatro me llevó a reconocerme, a abrazarme, a crear vínculos y relaciones desde otros lugares, a expresar mejor mis ideas, a explorar y jugar de otras formas, a investigar creativamente, a compartir, a enfrentar nervios, miedos, inseguridades y a hacer las paces… Me dio luces. Me rescató del torbellino que había construido en Ciencias Sociales.
Leo de nuevo todo lo que escribí, no sé si borrarlo y empezar de nuevo. No sé si me estoy dando a entender. No sé si estoy logrando decir que el teatro para mí es como estar en casa. O, como cuando una se pone un zapato y le queda perfecto para caminar. El teatro me ha confrontado con la vida que quiero tener, con la persona que quiero ser. Me deja ser Yo, me siento feliz, me siento libre. Me siento.
Pienso en lo que el teatro hace en mí y en las personas que conozco. Una palabra viene a mi cabeza: Animar. Etimológicamente es una palabra que proviene del latín anima ‘aire, aliento’, ‘alma’. Significa infundir alma (lo esencial) y dar vida, dar movimiento.
Si hago un recuento, me doy cuenta que hago teatro porque me di la oportunidad de crecer en algo que disfruto, y que de diversas maneras me ha acompañado a lo largo de la vida. Porque decidí hacer algo que me ayuda a calzar conmigo misma y conectar con otras personas. Porque confronta, da la oportunidad de respirar y volver a la vida.
Valeria Méndez. Teatrera y Antropóloga.