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Me han preguntado si tengo un libro con los cuentos que narro o algún otro recurso donde puedan ser leídos. Lo que sucede es que -así como disfruto de escribir prosa y poesía, y las llevo de vez en cuando a la oralidad-, la mayoría de las historias que invento son para ser contadas con la voz y no con tinta, escuchadas, observadas, vividas desde el cuerpo. Son historias que se reconstruyen cada vez que encuentran la atención de alguien. Se puede ir según lo ensayado, de pronto, se atina en la mirada o en la sonrisa de algún espectador, un elemento que no había sido contemplado; entonces, nuestra historia ahora tiene un nuevo brillo, sombra, soledad o atardecer. O bien, en esa parte triste del niño que despierta llorando por sus pesadillas, todos nos volvemos pequeños angustiados, víctimas del subconsciente, y de esta forma, nuestro personaje se fortalece… Lo digo desde mi experiencia, pues hay muchísimas maneras de vivir la narración oral.
Desde hace tiempos, me surgió la ilusión de crear un grupo de narración oral escénica en Desamparados (el cantón donde vivo), para compartir las gracias de este arte con personas que quisieran comunicarse, acercarse a otros a través de la creación e interpretación de historias. En agosto, como proyecto seleccionado en el programa “Becas Creativas” del Ministerio de Cultura y Juventud, nació NaELi (Narración Escénica Libre). El proyecto consiste en la creación de un grupo de narración integrado, principalmente, por personas mayores de cincuenta años y menores de veinticinco, con el fin de propiciar la convivencia e intercambio de experiencias entre personas alejadas por la edad. Trabajamos mediante sesiones virtuales semanales vía “zoom”, donde desarrollamos talleres sobre creación e interpretación de historias.
Cuando pensé por primera vez en el proyecto, no me pasó por la mente desarrollarlo de manera virtual, y por eso, en parte, lo había postergado, ya que, normalmente (antes de la pandemia y la cuarentena), invierto de tres a cuatro horas al día en trasladarme a mis sitios de labor; suelo disponer de muy poco tiempo “libre”. Mas ante la obligación de desempeñar nuestras actividades desde el hogar, mi horario se flexibilizó y he podido dedicarme a este gran reto. Curiosamente, casi todas las personas que participan en NaELi, tenían pensado integrarse este año a algún grupo o proyecto artístico. Algunos para darle continuidad a su experiencia en las artes escénicas, y otros, para incursionar en ellas. Planes, evidentemente, frustrados la COVID-19. Por eso, al enterarse del proyecto NaELi, decidieron apuntarse, aunque muchos no tenían idea de cómo funcionaba “zoom”, Doña Mari no sabía grabar videos con el teléfono, pero nos manda audios con sus emotivas historias, doña Grettel me manda fotos de todo lo que escribe a mano, dedicadamente, en su cuaderno. Yo solo había usado “zoom” para recibir clases magistrales en las cuales se escucha al profesor y se intercambia tan solo algunas preguntas, pero quise lanzarme y probar.
Hasta la fecha, hemos podido aprender y crear interesantes historias en equipo, material valioso cargado de emociones y experiencias con las cuales nos identificamos todos. Sin embargo, innegablemente la virtualidad está llena de limitaciones y retos. Por ejemplo, todo lo que podemos hacer con nuestro cuerpo se reduce al “cuadrito de la cámara”, de esta forma, tenemos el sol en una ceja y el suelo debajo de la barbilla; si queremos mandar un abrazo, debemos hacerlo con los codos pegados al pecho y abriendo las manos, porque nuestros brazos extendidos no caben en una pantalla electrónica. La vocalización y expresión facial, que tanto hay que trabajar, debemos cuidarlas aún más, pues no todos contamos con la calidad óptima de audio y video. Y ni qué decir de la conexión a internet. ¡Todos sudamos frío cuando aparece en la pantalla “conexión inestable”! La gracia de un ejercicio o presentación de narración puede desvanecerse con solo perderse unos segundos de audio y/o video, y eso, cuando la conexión no se cae por completo. Por otro lado, cuando se trabaja en equipo en un “escenario”, es fundamental el contacto físico con los otros, si no es directo, por lo menos sentir la energía del cuerpo del compañero… A todo esto hemos tenido que adaptarnos para poder compartir un espacio de arte, de empatía, acompañamiento, creatividad. Un espacio de vida. Admiro y agradezco inmensamente el entusiasmo de las personas que forman NaELi: doña Carmen, que pidió permiso en su trabajo para conectarse a las reuniones; Daniela, que llega del trabajo apenitas para la sesión; David, que nos acompaña desde San Cristóbal de Desamparados, allá en los distritos del sur. Juanca, Gaudy, Heidy, Christian, Angélica… los amigos artistas que han facilitado talleres, todos aportando su corazón. Muero de ganas porque podamos reunirnos en persona y trabajar con la riqueza del contacto físico, mas por ahora, solo nos queda aprovechar la cercanía que nos permiten las historias, aunque sea a través de una pantalla.
Adela Chacón Rodríguez
Estudiante de medicina y narradora oral