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Inicio este blog afirmando algo que de niña jamás pensé que diría: amo ser facilitadora de procesos educativos, me encanta ser docente. Y es que viniendo de una familia de maestras y profesores, lo usual hubiese sido, que yo estudiara educación; pues resulta que no. Me descarrilé y tomé otro camino: el teatro.
De inmediato surgieron los cuestionamientos de familiares y gente conocida: ¿El teatro se estudia? ¡El teatro no es una carrera, es un hobbie! Colegas: Estoy segura de que ustedes han pasado por ese mismo escrutinio, al menos una vez en la vida. ¿Cierto?
Pues resulta que sí se estudia teatro, y aunque efectivamente para muchas personas puede ser un hobbie, para otras (como yo), además de ser su pasión, es la profesión que hemos orgullosamente escogido.
Lo que yo no me esperaba es que el teatro, una y otra vez, me cambiara la ruta. Por alguna razón, que aún estoy descubriendo, las agujas de mi brújula siempre terminan apuntando hacia el campo de la educación. Y bueno, para ser sincera, hace mucho rato ya, que dejé de resistirme y me entregué placenteramente al fuego que se produce cuando conjugamos teatro y educación.
Por supuesto que en el camino, como en toda relación amorosa, he tenido aciertos y desaciertos, me ha tocado negociar, escuchar, llorar, reír… Sin embargo, por primera vez, me enfrento, nos enfrentamos a un desafío que nos podría costar el matrimonio: la virtualidad.
Lo que sí sabemos al respecto, es que en definitiva nadie se esperaba esto. Lo que no sabemos es cuánto más vamos a aguantar.
Como docentes nos ha tocado reinventarnos, proponer alternativas para que el fuego no se apague, intentar ser una luz guía en el camino de quienes aún se preguntan si el haber escogido el teatro como carrera fue la mejor decisión y de si aún están a tiempo de encontrar una profesión más rentable.
Si ya de por sí es complejo lograr una conexión profunda, empática y asertiva con otras personas en la presencialidad, ya se imaginarán cuán difícil es hacerlo desde la virtualidad.
¿Han escuchado esa frase que dice: “las relaciones a larga distancia no funcionan”? Bueno, como docentes tenemos dos opciones: nos salimos de nuestra zona de confort y exploramos nuevas posibilidades que sostengan y cultiven la relación o abandonamos el barco.
El respeto por mi profesión y vocación, por mis estudiantes, por mis colegas y por mí misma, inclinan la balanza y me hacen confiar en que algo bueno puede surgir de todo esto. La virtualidad puede ser realmente “la piedra en el zapato”, pero también podría ser el hito que marca el antes y el después en nuestra labor como docentes de teatro.
Podría estar medio lleno, podría estar medio vacío; todo dependerá desde dónde observemos el vaso.
Por Johanna Madrigal Araya
Artista escénica, docente universitaria, gestora y productora teatral