Por Silvia Vargas Barrantes
Las artes son alimento del espíritu y el contacto con ellas es esencial para el desarrollo integral de las personas. El sistema educativo no debe limitarse a sumar asignaturas artísticas como un accesorio del currículo escolar o un inocente esparcimiento; más bien debe entenderlas como aliadas poderosas en la conformación de la identidad, la conciencia y el pensamiento crítico.
En el teatro, especialmente, el cuerpo-mente es instrumento y territorio. La condición humana y las relaciones sociales son su campo de trabajo, estudio y discusión. El teatro es un espejo donde la humanidad puede mirarse a través de la historia. Es un espacio de reflexión y una ventana hacia otros mundos posibles, de la mano de la imaginación.
Toda historia, experiencia, hecho, recuerdo, sentimiento, deseo, complejo, frustración… todo es útil en el teatro porque cada emoción tiene un potencial creativo y comunicador en el escenario. Por eso el teatro enseña a reconocer todas las emociones sin juzgarlas, a trabajar con ellas y canalizarlas al servicio de un mensaje. Es una escuela de inteligencia emocional.
La clase de teatro es un espacio de catarsis y liberación energética donde se invita al estudiante a explorar la capacidad expresiva de su cuerpo y su voz a través del juego; actividad predilecta de los niños y niñas en etapa escolar, razón por la que fácilmente llega a convertirse en una de sus clases favoritas. Esta asignatura les ayuda a vencer la timidez y a desarrollar habilidades comunicativas para adquirir presencia y proyección. No solo para un escenario, para la vida.
La interpretación de un personaje es un ejercicio de empatía que demanda al estudiante hacer un esfuerzo por comprender una perspectiva de la realidad distinta a la suya, a colocarse en los zapatos de alguien más. Además enseña a respetar las diferencias. La diversidad de personajes que pueden existir en el teatro es tan amplia como la que existe en la vida misma. Todos los cuerpos y temperamentos caben en el teatro, por eso cada persona es un instrumento único y por ende, precioso. El teatro es un espacio para celebrar la diferencia.
En una sociedad que educa para la competencia, el teatro es un oasis donde aprendemos sobre el valor de la cooperación y el trabajo en equipo. Todos estamos al servicio de una creación colectiva, una obra en la que cada quien tiene un papel que cumplir pero que le pertenece a todos. Si una persona falla, lo hace en perjuicio del grupo. Es por esto que los procesos de creación escénica tienden a alimentar la conexión grupal y favorecer un ambiente de respeto que contribuye a disminuir la violencia en las aulas.
Por último y quizás lo más importante, se debe entender el teatro como un acto político donde no hay tal cosa como la creación gratuita. El teatro no es juego por amor al juego, es juego al servicio de un objetivo y de un mensaje que entregar al público. Por eso el buen teatro despierta la conciencia social.
Las habilidades blandas y capacidades sociales que el estudiante puede adquirir en las clases de teatro le servirán a lo largo de su vida, sin importar la profesión por la que se oriente en el futuro. El teatro como herramienta del sistema educativo es un refugio para la imaginación y la creatividad innata de las niñas y niños, que se atrofia dolorosamente conforme se vuelven adultos en un sistema que privilegia el conocimiento lógico y racional frente al abstracto, corporal e intuitivo.
Finalmente, cabe preguntarse sobre la principal razón por la que las niñas y niños asisten a la escuela. Más allá de acumular méritos académicos, ¿no es acaso el fin último que aprendan a convivir en sociedad? ¡Qué herramienta tan formidable para esto es el teatro!